ISSN: 1578-7710

  Sir John Everett Millais
 

 

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Revista Electrónica de Medicina Intensiva
Arte nº 9. Vol 3 nº 9, septiembre 2003.
Autor: Beatriz Sánchez Artola

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La muchacha ciega
Sir John Everett Millais (1854-1856). Óleo sobre lienzo 82,6 x 61,6 cm. Birmingham Museums & Art Gallery


“…Soñaba que cerraba y abría los ojos muchas veces, y que cada vez, como si estuviera regresando de un viaje, lo estaban esperando, firmes e inalterables, todas las formas y los colores…” (José Saramago)
(pulse sobre la imagen para obtener una imagen ampliada, de 117 K y 429x640)


La historia de la ceguera en el arte, sobre todo antiguo y paleocristiano, está escrita, con frecuencia, con un discurso ambiguo, cuando no profundamente negativo. Dejando aparte algunas representaciones seculares, el tratamiento artístico y literario de la ceguera suele conllevar una analogía de la privación sensorial con la moral. Así, la persona con un defecto visual es presentada de manera poco atractiva, identificándosela a menudo con lo pecaminoso, haciéndosela acreedora de castigos, o bien la ceguera es entendida como la condena impuesta para expiar una depravación. En la Leyenda Dorada, de Vorágine, los paganos son ciegos privados por el diablo, cuya remisión espiritual se acompañará de la sanación física. Y baste recordar que el propio Leonardo da Vinci se refirió a la ceguera como “el peor de los males que pueden caer sobre el hombre”. Aunque no siempre se le de un carácter claramente punitivo, la ceguera suele ser tratada al menos con ambivalencia, moviéndose entre la piedad y el temor supersticioso, pero muy pocas veces se le da un trato naturalista. Esta especie de “demonización” de la ceguera es dominante hasta el renacimiento, persistiendo posteriormente con una intensidad irregular.

El prerrafaelista Millais, autor de Ofelia, una de las obras más inquietantes y hermosas de la historia del arte, nos deja, con esta Chica Ciega, una imagen de la ceguera bien distinta. Es cierto que recurre a la tradición, tan afianzada en la cultura medieval, del ciego-mendigo, pero desde luego elimina cualquier vestigio de fealdad física y anímica. En el tratamiento que da a la figura femenina se aprecian reminiscencias de la iconografía religiosa renacentista. La joven ciega es muy hermosa. A semejanza de una madona, su piel es aterciopelada y fina, transparente casi. Sus facciones son delicadas y sus labios, correctamente definidos, tienen un bonito color bermellón. No hay crispación o abatimiento en su rostro; al contrario, su gesto resulta absolutamente apacible. También a modo de estampa religiosa cubre su cabeza, aunque no con velo de tejido noble, sino de paño u otra tela tosca. El “lazarillo” pícaro no existe; la joven está acompañada por una pequeña, con quien está unida por fuertes lazos afectivos, seguramente una hermana.

Millais deja en evidencia la aparente pobreza económica de la joven, quien como la niña lleva unos vestidos raídos, pero obviando cualquier alusión peyorativa y revistiendo a la figura de una serena dignidad, en una escena que inspira más ternura que aflicción. Magistralmente nos hace “ver” que la joven no contemplará las maravillas de las que su compañerita disfruta visualmente, como ese espléndido arco iris doble, pero también que, ante esta carencia visual, triunfa la plenitud de sus otros sentidos: se deleitará con los delicados sonidos que ella misma hará brotar de la concertina que sostiene entre sus manos, disfrutará de los deliciosos aromas de la hierba y la tierra recién mojadas y percibirá la agradable caricia del sol que sonroja sus mejillas, la frescura de la hierba, el suave roce del cabello de la niña sobre su barbilla y todo lo que significan unas manos entrelazadas. El pintor introduce además dos signos esperanzadores: el arco iris, que en la simbología tanto cristiana como pagana encarna la protección y el apaciguamiento, y la mariposa, emblema del alma, como señal de evolución espiritual y, en la iconografía cristiana, también de resurrección. Con todo esto, la carencia visual y la penuria material, son en esta ocasión conmovedoras, pero quizá no resultan patéticas.

Bibliografía y enlaces:

Beatriz Sánchez Artola
©REMI, http://remi.uninet.edu. Septiembre 2003.

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última modificación: 01/07/2007