Autor: Ángel Alfredo Martínez Ques
A propósito del envejecimiento y los recursos sanitarios
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A
propósito del articulo de Molina y Ortega [1] “las sociedades envejecidas y
los recursos sanitarios”, quiero mostrar mi preocupación por su línea
argumental, magníficamente expuesta dicho sea de paso, en consonancia con
las tesis de Callahan [2], que no comparto, y más que sean aceptables como
algoritmo universal. Sin restarle merito a Callahan como figura mundial de
la bioética, difiero de sus postulados restrictivos, a los que llega desde
un análisis “ceteris paribus”, esto es, suponiendo que las demás
relaciones se mantienen constantes, cuestión compleja en una sociedad
dinámica.
La
apelación a los recursos limitados no es nueva. El Reverendo Thomas R.
Malthus (1766-1834), economista inglés, demógrafo pionero y matemático,
vivió en el medio de la revolución industrial de Inglaterra, cuando había
menos de mil millones de personas en el mundo. En 1798 escribió un ensayo, “The
Principle of Population as It Affects the Future Improvement of Society”,
señalando que la presión de poblaciones contra recursos disponibles puede
ser catastrófica (fenómeno conocido como trampa maltusiana). Malthus afirmó
que la pobreza era inevitable debido al incremento de la población.
Afortunadamente, se equivocó al no tener en cuenta otros factores como el
avance tecnológico.
La
argumentación sobre la exclusión de los ancianos de las prestaciones que
comportan la asistencia sanitaria es amplia y variopinta [3], siendo muchas
las voces que se han pronunciado para decir lo inmoral del planteamiento de
la exclusión teniendo como base la edad. Jonhn y Kate Rawles se sitúan en el
polo opuesto de Callahan, recomendando una actitud beneficentista a
ultranza. También Pellegrino sostiene que cuando la eficacia del sistema
sanitario sea máxima se podrá entonces plantear la limitación de los
cuidados sanitarios.
Una postura intermedia es la de la calidad de vida. Apunta F. Lolas [4] que
la ética de la calidad de vida en la vejez debe fundarse y fundamentarse
sobre expectativas sobrias, modestas y realizables. Hay que respetar la
subjetividad que supone, los múltiples aspectos que deben considerarse, la
complejidad de los planos, la extrema variabilidad entre las personas y el
hecho de que ellas cambian a lo largo de los años. Este autor replantea la
necesidad de una ética de la vida diaria como fundamento de cualquier
planteamiento sobre calidad de la vida.
Externamente, podrá afirmarse que una calidad de vida es mejor o peor, pero
en último término es la propia persona la que la valida. Esta concepción ha
favorecido que en los últimos tiempos comience a defenderse un criterio de
actuación sanitaria que pretende conseguir la máxima calidad de vida en
distintos ámbitos, y en el tema que nos interesa, en la planificación
sanitaria y la distribución de recursos. Por lo que el criterio de la edad
no es por si mismo suficiente.
Otra cuestión que sigue sin responderse es la de a qué edad se es anciano.
Como es sabido envejecemos desde que nacemos, incluso antes. Muchas
propuestas filosóficas y antropológicas para definir la ancianidad siguen
sin encontrar respuesta. ¿Dónde ponemos, pues, los límites? Y eso respecto a
los individuos, ya que a mayor abundancia no todas las sociedades envejecen
igual.
Dicho lo anterior y con respecto a la pregunta, ¿Tienen los ancianos derecho
a reivindicar una asistencia médica ilimitada con cargo a los recursos
públicos? la respuesta por una cuestión de principio siempre será la misma,
y aplicable a todas las edades, y a todos los grupos sociales. Los recursos
son limitados, para todos. Hay que decir que al menos en las democracias
occidentales, las personas mayores gozan de los mismos derechos que
cualquier otro ciudadano mayor de edad, y en esto coincidimos con Molina y
Ortega que los ancianos no deben ser discriminados para el acceso a una
medicina cara. Por otra parte, negarle alguna prestación produciría la
paradoja de limitar cobertura a las personas que de momento han contribuido
en mayor medida al sostenimiento del sistema público de salud.
Que los mayores amenazan la sostenibilidad financiera de los sistemas
sanitarios, o que son personas “improductivas” es una orientación que puede
influir en futuras estrategias políticas, y por extensión en la
planificación sanitaria. Puede condicionar que el presupuesto global se
decante hacia líneas prioritarias dejando de lado, por ejemplo, la
investigación del envejecimiento. Este reduccionismo que implica la idea del
anciano como carga económica ha tenido condicionantes para la salud de las
personas mayores, más que otros determinantes como pueden ser la pobreza, la
clase social o la educación. Y puede que de esta manera los perfiles de
algunas decisiones se tornen difusos amparados o justificados por razones de
“sostenibilidad financiera”. También desconoce la aportación “no visible”
que hacen las personas mayores en las labores familiares, como cuidadoras
familiares y otras muchas aportaciones.
Harris [5] parte del principio de igualdad de oportunidad en el acceso o
beneficio del sistema publico de salud, entendido en su sentido amplio,
capaz de beneficiarse de los progresos científicos, entendiendo que ese
derecho no puede ser valorado en función del tiempo que le corresponda
vivir.
Mi
preocupación como decía al principio es plantear el envejecimiento como un
problema. Sobre esa base se han tomado decisiones que la evidencia
científica ha refutado. Pero no solo respecto a la edad. También en cuanto a
género. Y no digamos cuando la discriminación se combina. Piénsese si no en
la combinación siguiente: mujer, anciana y pobre. El verdadero problema
estará en cómo hacer llegar los recursos a todos, sin excluir a nadie. La
asociación de ideas entre vejez y recursos limitados hace que la presión a
la hora de tomar decisiones exista, y las estadísticas lo corroboran, lo que
traslada el "ageísmo" (discriminación por razón de mayor edad) social
al ámbito clínico.
Es
preciso reconsiderar los conceptos establecidos en torno a la demografía
sanitaria (uno de ellos el concepto de esperanza de vida), porque
globalmente considerados perpetúan un cierto "ageísmo" y pueden
resultar malos indicadores a la hora de tomar decisiones que afecten a las
personas de edad, tanto a nivel asistencial como a nivel investigador. Las
implicaciones éticas en torno al valor de la vida de una persona y en
especial de los ancianos deben ser reconsideradas en esos términos.
Bibliografía:
-
Molina Domínguez E, Ortega
Carnicer J. Las sociedades envejecidas y los recursos sanitarios. [REMI
2007; 7 (2): A65]
-
Callahan
D. Poner
límites. Los fines de la medicina en una sociedad que envejece.
Triacastela. 2004.
-
Pérez Melero A. La edad
avanzada como criterio de exclusión en la asistencia sanitaria. En Gafo J
(editor). Ética y ancianidad. Publicaciones de la Universidad Pontificia
de Comillas. Madrid, 1995.
-
Lolas Stepke F. Las dimensiones
bioéticas de la vejez. Cuadernos del Programa Regional de Bioética
OPS/OMS.
Acta Bioethica 2001; 7 (1): 68.
-
Harris J. Justice
and Equal Opportunities in Health Care. Bioethics 1999; 13: 392-404.
Ángel Alfredo Martínez Ques
Complejo Hospitalario de Ourense
©REMI, http://remi.uninet.edu.
Febrero 2007.
Palabras clave: Envejecimiento, Edad avanzada,
Costes sanitarios, Voluntades anticipadas.
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