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 Limitación del esfuerzo terapéutico. El punto de vista médico frente al de la población general  [Versión para imprimir] [Comentario de Viviana Cristo Pérez e Iván Hernández Hernández]
 Artículo original: Rydvall  A, Niels Lynöe N. Withholding and  withdrawing life-sustaining treatment: a comparative study of the ethical  reasoning of physicians and the general public. Crit Care 2008; 12: R13. [Resumen] [Artículos relacionados] [Texto completo] [PDF 117 Kb]  Introducción:  El  objetivo de este estudio fue averiguar si existe un consenso en lo referente a  la limitación del esfuerzo terapéutico entre profesionales sanitarios y el resto  de la población. Resumen:  Estudio  llevado a cabo en Suecia en el año 2004 en el que se envió por correo postal una  encuesta a una muestra aleatoria de 989 individuos de la población general, así  como a otra muestra (también aleatoria) compuesta por 410 intensivistas y  neurocirujanos de este país. En dicha encuesta se presentaba un caso clínico  concerniente a una paciente de 72 años en coma tras sufrir una hemorragia  cerebral masiva presentándose argumentos a favor y en contra en cuanto a la  adopción o supresión de determinadas actitudes terapéuticas (tratamiento  neuroquirúrgico, ventilación mecánica y sedación). Respondieron al cuestionario  el 70% de los médicos frente al 51% de la población general. Este segundo grupo  tenía una mayor experiencia como pacientes frente a la escasa experiencia como  enfermos del grupo de los médicos. La mayoría de los médicos (82%) rechazaban  el tratamiento neuroquirúrgico, frente al 60% de la población general que lo  apoyaba, argumentando principalmente que “la principal misión del sistema  sanitario es salvar vidas”. En cuanto a  la limitación del esfuerzo terapéutico, el 94% de los médicos y el 78% del  público general se mostraban a favor de la misma, considerándose por ambas partes  que “sólo se alarga la agonía”, si bien esta idea predominaba entre los  médicos. Sólo una minoría consideraba la desconexión del respirador como una  forma de eutanasia, si bien la opinión predominaba entre la población general.  Tambíen en este grupo se consideró la voluntad del paciente como el argumento  principal. En cuanto al uso de sedación, el 95% de los médicos y el 82% de la  población general apoyaban su uso para calmar al paciente y evitarle  sufrimiento, aunque entre la población general se consideró de forma  significativa que dicha medicación no debiera utilizarse si existiese riesgo de  precipitar la muerte del paciente. Comentario:  En  el presente estudio se apreciaron diferencias significativas entre el punto de  vista de los médicos y el del resto de la población, básicamente concernientes  a valoraciones de carácter empírico, aunque también en cuanto a conceptos básicos,  aunque a mayor gravedad del enfermo las diferencias se reducen. Es fundamental que el médico realice un  esfuerzo de acercamiento de cara a un mejor entendimiento con el enfermo y sus  familiares, para así evitar problemas de comunicación entre ambas partes, con  todas las consecuencias que de ello pueden derivarse. Ernesto García VicenteHospital  de Santa Bárbara, Soria
 ©REMI, http://remi.uninet.edu.   Marzo 2008.
 Enlaces: 
        
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        Limitación del esfuerzo terapéutico, Retirada de soporte vital, Cuidados al final de la vida, Ética. Comentario de Viviana Cristo Pérez e Iván Hernández Hernández  Comentar sobre este artículo es   entrar a analizar uno de los mayores dilemas éticos de la medicina   contemporánea, que posee dos aristas fundamentales, en la que por un lado están   los pacientes y familiares, y por otro, los médicos. Concordamos en primer término con el   hecho de que las diferencias de opinión se reducen cuando la gravedad del enfermo es mayor. El comienzo de este dilema tiene sus   orígenes en los EU en la década de los 70, y tuvo lugar en el contexto de la   Autonomía del paciente y el derecho a rechazar el tratamiento. Famosos casos   judiciales se concentraron en los pacientes o las familias que intentaron   limitar el tratamiento de sostén vital, encontrándose oposición en los médicos   que insistían en continuarlos. Estos casos, y muchos más que surgieron después,   establecieron el derecho de pacientes o de representantes apropiados a rechazar   ese tratamiento de sostén vital. Se elevaron esos derechos hasta casi un   nivel de movimiento. Durante ese tiempo las demandas  por mala praxis y   con ellas la paranoia legal de los médicos aumentaron de forma espectacular. Al   mismo tiempo, los intensivistas aprendíamos a partir de nuestra experiencia que los  pacientes en etapas terminales o los portadores de un síndrome de   disfunción multiorgánica, que en definitiva es un síndrome derivado de nuestra   propia eficacia, se beneficiaban muy poco con intervenciones agresivas, y   entonces nos encontramos con el otro lado de la arista, familiares que exigen   intervenciones agresivas cuando los médicos hemos decidido que se ha hecho y   suministrado el tratamiento suficiente. Debido a miedos legales, y a una idea   equivocada de los derechos de los pacientes se ha establecido la   tradición lamentable de formular la pregunta: "¿desea usted que hagamos   todo?", para luego seguir en esa dirección cuando llega la respuesta   afirmativa. Creo que es una falacia que dado que   los pacientes tienen un derecho moral a rechazar el tratamiento de sostén vital,   tengan un derecho no calificado de exigirlo, y hablamos de derecho como la   facultad que tiene el ser humano para hacer legítimamente lo que conduce a los   fines de su vida, no en el sentido jurídico del término regido por normas cuya   observancia pueda ser impuesta de manera coactiva. Limitación del esfuerzo terapéutico   a devenido en un neologismo que denota la retirada o no inicio del tratamiento   al estimar el médico que son inútiles para el paciente al conseguir sólo   prolongarle la existencia sin proporcionarle una recuperación funcional con una   calidad de vida mínima. Este precepto es consecuente con el concepto de la   tradición hipocrática de no dañar, por tanto, esa actuación no es contraria a la   ética, ni es punible, ni es eutanasia, es en definitiva lo que hemos   considerado en muchas ocasiones, una buena práctica clínica. La limitación del   esfuerzo terapéutico permite la muerte, pero no la produce, porque deja a la   enfermedad concluir su victoria sobre la vida, esto la diferencia de la   eutanasia. Por tanto, es cierto que la principal misión del sistema sanitario es   salvar vidas, pero vemos a la vida como la actividad interna sustancial   mediante la que obra el ser que la posee, el estado de actividad de los seres,   ¿en este estado de coma con hemorragia masiva, qué actividad sustancial obra ese   ser que posee esa vida?, ¿qué estado de actividad posee esa paciente que no sea   más que permanecer de esa forma sin calidad de vida? Pensamos que de la misma manera en   que la necesidad de autonomía de los seres humanos nos lleva a hacernos cargo de   nuestra vida, deberíamos hacernos cargo de nuestra muerte y más precisamente de   nuestro morir. Existen entonces dos maneras de actuar sobre la hora de la   muerte, una consistente en intentar retrasarla más o menos obstinadamente, otra   en resignarse y adelantarla. El encarnizamiento terapéutico y la eutanasia   constituyen dos soluciones simétricas pero excesivas, y son dos maneras de   expropiar a alguien de su propia muerte.
        
       Los avances de la medicina ponen a   nuestra disposición muchas posibilidades que no debemos emplear de manera   arbitraria, sino valorando cuidadosamente si van a beneficiar o no al enfermo.   La buena práctica médica significa aplicar medidas terapéuticas proporcionadas,   evitando tanto la obstinación terapéutica como el abandono, por un lado, o el   alargamiento innecesario y el acortamiento deliberado de la vida, por   otro. El médico trata con vidas humanas,   por ello, está en sus manos lo más preciado que poseen las personas, pero no   puede manejar certezas, ni se le puede pedir un grado exacto de seguridad en sus   decisiones. Las decisiones médicas son siempre, por necesidad, probables, nunca   ciertas. Se trata entonces de una cuestión prudencial, es decir, tomar   decisiones racionales en condiciones de incertidumbre. La prudencia exige   reducir al mínimo la probabilidad de error, a límites ínfimos cuando está en   juego la vida de las personas, pero no anular completamente esta probabilidad,   puesto ello llevaría a una búsqueda obsesiva de la certeza, que además de   imposible retrasaría la toma de decisiones, haciéndola por ello imprudente.  La base de la limitación del   esfuerzo terapéutico es un juicio clínico de los médicos sobre la futilidad o   inutilidad del tratamiento, algo no siempre fácil, porque en medicina no hay   certezas matemáticas. Los tratamientos fútiles deben ser analizados más tomando   en consideración el objetivo que persiguen que analizar las características de   su propia naturaleza.   Creemos que son dos términos que no   deben separarse, el de limitación del esfuerzo terapéutico y el de futilidad   médica, y aunque el artículo no se refiera a este último, es necesario valorarlo   a la hora de hacer un análisis, el que se impone en estos tiempos por la   incorporación masiva de innumerables recursos tecnológicos, diagnósticos y   terapéuticos.
        
       Nuestra   sociedad confió en sus médicos la responsabilidad de efectuar juicios clínicos.   Somos los responsables de estos juicios y también tenemos cierta autoridad para   tomarlos. De hecho, formamos la base de la profesión médica, somos más que   autómatas que seguimos las órdenes de los pacientes y la medicina tiene   objetivos que el médico debe promover, y por encima de todo, beneficiar a los   pacientes y no dañarlos, más aun, al ofrecer a los pacientes o sus familiares   tratamientos fútiles, no promovemos el ideal de la autonomía del paciente. El   acto de ofrecer una intervención fútil envía un mensaje mixto que en realidad   puede socavar la autonomía del paciente. Como   expresábamos al inicio, es uno de los mayores dilemas éticos de la medicina   contemporánea, pero a la vez, delicado por las repercusiones que entraña la toma   de decisiones que afecten o socaven la integridad de pacientes o familiares,   apasionante porque siempre es nuevo el punto de vista con que nos encontramos,   pero lo fundamental, es que en esa    toma de decisiones debe participar todo el equipo médico y después lograr   una excelente comunicación con pacientes o   familiares. Definir   estos conceptos se ha convertido en un objetivo elusivo acerca del cual es poco   probable que nuestra sociedad alcance un consenso. Nuestra ayuda a esta paciente   terminal no deberá precipitar la muerte con la eutanasia, pero tampoco prolongar   la agonía con la obstinación terapéutica, sino apoyarla en todo lo que necesite con una   actitud paliativa mientras llega su muerte para procurarle que muera con la   dignidad deseada. Ojala la sociedad sepa entenderlo y no se deje llevar por   falsos atajos, por lo que es preciso que se sepa que cuando, en estos casos,   suspendemos un tratamiento, es la propia enfermedad la causante principal del   fallecimiento, no nuestra práctica médica. El objetivo del médico no es solamente salvar vidas y   curar enfermedades, sino además reconocer en qué momento renunciar a   este propósito y reorientar los esfuerzos a aliviar el sufrimiento,   consolar al enfermo y a la familia, y ayudarle a morir con   dignidad. Dra.Viviana Cristo Pérez, HematólogaDr. Iván Hernández   Hernández, Especialista en Anestesiología y   Reanimación.
 Unidad de Cuidados   Intensivos
 Hospital Universitario Dr. Carlos J.   Finlay
 Cuidad de la   Habana, Cuba
 ©REMI, http://remi.uninet.edu.   Marzo 2008.
 
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